A todos nos ha impactado la muerte del deportista, cuya juventud tiñe de incomprensión el caprichoso azar que rige la parca. Con 22 años y toda una vida por delante, se nos hace muy difícil asumir que Antonio falleció de muerte “natural”.
Será natural, pero no es lógica.
Y porque no es lógico morir a los 22 años, hechos como éste deberían hacernos reflexionar no ya sobre la levedad de la vida, sino sobre la forma gratuita en que muchos otros jóvenes de 22 años la pierden conduciendo como salvajes o envenenándose por pura diversión.
Hoy que gracias a Antonio todos sabemos lo mucho que una persona pierde al fallecer tan joven, deberíamos mirar un poco más allá e intentar evitar que otros jóvenes de 22 años dejen la piel trabajando sin medidas de seguridad, intentando alcanzar la felicidad a bordo de una patera, empuñando un fusil en alguna guerra absurda o de pura hambre.
Sé que son propuestas un tanto inocentes pero, aún a riesgo de ser cándido, creo que conviene recordarlas.
Descansa en paz, Antonio. Mi cariño a toda su familia.
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